jueves, 26 de abril de 2012

Puntos de vista

Esta mañana ha pasado algo a la salida del metro mientras esperaba a Victor. Ha llegado una mujer con su hijo de unos 2 o 3 años y se ha montado en la escalera mecánica para bajar hasta la entrada, con tan mala suerte que el niño se ha soltado de su mano y no se ha subido a los escalones, sino que se ha quedado justo en la plataforma metálica de antes. El niño ha empezado a ponerse nervioso porque veía que su madre se iba alejando de él, mientras su madre le decía que se montase que no pasaba nada. La pobre criatura estaba muy asustada y cuando por fin se ha decidido a pisar un escalón se ha apoyado en el cristal lateral, porque con esa altura obviamente no llegaba al pasamanos móvil, y se ha caído porque el cristal está quieto y las escaleras en movimiento. Entonces ha empezado a gatear hacia fuera con un pánico terrible. Yo todo esto lo he visto desde algo lejos, pero un chico que salía y estaba más cerca de la escalera mecánica ha sido rápido y ha cogido al niño para sacar sus manitas del peligro de los escalones metálicos. Después una chica que bajaba ha cogido al nene de la mano y lo ha bajado con él para que llegara hasta su madre.

Ahí se podría haber solucionado el problema, pero resulta que varias personas se han sentido moralmente superiores a la madre y han empezado a increparle por "dejar al niño sólo", porque "hay que verlo para creerlo" o "lo tuyo es muy fuerte". No estoy segura de si es que no han visto lo que ha pasado o es que se sienten con el poder de juzgar a la gente como si fueran santos. No pienso que algo que podríamos llamar accidente se pueda juzgar como una acción mala (ni buena, claro), por lo que no entiendo la moralina de pegarle la bronca a la mujer.

Quizá me sienta un poco más sensible con este tema porque estoy leyendo La saga de Ender, de Orson Scott Card, y el tema de la moral y las primeras impresiones se trata de manera profunda. En el primer libro, El juego de Ender, aparece, apenas al final, la figura de el Portavoz de los Muertos, que se desarrolla mucho más en el segundo, La voz de los muertos. Al principio sólo existe uno, pero con el paso de los años, los portavoces de los muertos pasan a ser una figura seudorreligiosa (que no sectaria), cuya misión es hablar de la gente que ha muerto, en una especie de misa de difuntos donde se explica no sólo la vida de esa persona, sino el porqué de sus acciones. Todo esto se hace con la idea de que hasta la más cruel de las personas tiene un motivo por el que actuó así, lo que hace que no sea cruel a propósito, sino que sucedieron ciertas circunstancias que lo llevaron a eso. No se entiende que se justifiquen las acciones de todas las personas, sino que se las comprenda y ni se santifique ni mortifique su recuerdo.

Os dejo con dos breves citas que marqué que explican bastante bien la filosofía de la cuestión:

"Ningún ser humano es indigno cuando se comprenden sus motivos. Ninguna vida deja de merecer la pena. Incluso el más malvado de entre los hombres, si conoces su intimidad, tiene algún acto generoso que lo redime de sus pecados, aunque sólo sea un poco."

"-Cuando conoces de verdad a alguien, no puedes odiarle
-Tal vez sea que no puedes conocer a nadie de verdad hasta que dejas de odiar"


P.S.: Me acabo de enterar, buscando una foto de Ender para añadir, que hay una película de El juego de Ender en producción, prevista para estrenarse en Estados Unidos en noviembre de 2013. Habrá que verla, puede estar interesante. Además con Harrison Ford, que parece ser que siente debilidad por la ciencia ficción y se apunta a todas.

domingo, 22 de abril de 2012

Fragmentos (III)

Llegó un momento en que no pudo más, y todo lo que estaba establecido, toda la seguridad y estabilidad, se quebró en finos fragmentos de cristal que atravesaban su carne. Sus pensamientos se desmoronaron como un diente de león en un día de viento, y no pudo más que ver cómo sus ideas se desparramaban sin control y sus nervios cedían con ellas. Por un momento sólo sintió la inmensidad del vacío y la soledad más violenta, pero al segundo todo se le vino encima y sintió como el aire no podía entrar por su garganta. Durante unos instantes peleó por respirar, y cuando por fin lo consiguió las lágrimas empezaron a salir a borbotones y su cuerpo empezó a convulsionarse por la dificultad de conseguir aire. Aunque parecía duro y cruel era lo mejor que podía pasar; en ese momento su mente empezó a relajarse y toda la tensión salía poco a poco. Él no podía soportarlo más y la rodeó con sus brazos, envolviéndola y recogiendo sus pedazos. Por fin dejó de llorar y mientras él acariciaba su melena despeinada pudo descansar contra su pecho, escuchando los latidos fuertes y regulares que la devolvían a su rutina.


sábado, 7 de abril de 2012

Piano

Cuando le veía tocar sentía cierta envidia. Sus manos no dudaban ni un instante de lo que hacían, sus dedos, ya con visibles signos del paso del tiempo, tenían la agilidad de los de un chiquillo de 20 años. Cuando tocaba recobraba toda su fuerza, aunque al andar por la calle pareciese viejo y frágil. Se veía lo cómodo que se sentía con el piano, y aunque tocase la melodía más difícil de la tierra, sus manos siempre estaba relajadas. Cuando atacaba las teclas parecía que las besaba con la punta de los dedos, las acariciaba aunque estuviese tocando fortissimo. Era la persona más segura del mundo cuando se sentaba en su mullida banqueta de cuero negro. Se colocaba allí, levantaba con sumo cuidado la tapa del piano y paraba unos segundos. Cerraba los ojos, como inspirando las notas poco a poco, como haciéndolas llegar a sus pulmones y repartiéndolas por todo su flujo sanguíneo. Y, cuando se decidía, no le tenía miedo al piano. Empezaba a tocar con toda la suavidad o fuerza que quería, con toda la parsimonia o velocidad que exactamente quería. Cuántas veces la hizo llorar y emocionarse al escucharle, y cuantas veces lloró y se emocionó él tocando. 


A veces ella incluso se sentía un poco celosa. Muchas veces pensó que jamás se había fundido con ella como se fundía con su piano. Quería poder llegar a su alma igual que esas malditas notas que le arrancaban su amor y su tiempo. Pero luego le escuchaba tocar para ella y no podía más que amarlos en su conjunto. Él y su música. Sus manos y sus teclas. Su blanco y su negro.