miércoles, 31 de octubre de 2012

Fragmentos (VI)

Durante mucho tiempo tuve la falsa sensación de que estaba segura. Segura en mi mundo protegido por una burbuja, que sólo dejaba pasar lo bueno, y lo malo quedaba fuera, distorsionado por una película de brillo aceitoso que me hacía pensar que todo eso quedaba muy lejos, como una pesadilla que no recuerdas bien al despertar. Eso no quiere decir que nunca sucediese nada malo, sino que eran cosas menores, o todo se solucionaba rápido y sin grandes consecuencias. Siempre había alguien ahí para recoger mis pedazos si había algo que se rompía, y todo volvía a estar ordenado y como nuevo. O eso creía.

Una mañana me desperté y, sin que pasase nada extraordinario, abrí los ojos. Pero no sólo de manera literal. Algo había cambiado, algo sutil, en la atmósfera, como un tenue ruido ambiental, del que no te das cuenta de su presencia hasta que alguien te lo señala. Era algo pequeño, pero molesto, y había cambiado para siempre. No había manera de apagar ese ruido blanco, frío y que cala como la niebla. Ahora vivo con los huesos helados.

"Estoy sola", me dije, "Total y completamente sola". La sensación fue como si hubiera estado andando por el borde de un precipicio sin preocupaciones porque llevara un arnés de seguridad, pero, de repente, el arnés desapareció. En ese momento, me detuve aterrada. Con el arnés, andaba tranquilamente, y nunca me caí. Sin el arnés, podría haber seguido andando como antes, sin caer, pero el hecho de saber que no había nada que parase mi caída me impedía continuar.


Las esperanzas son muy traicioneras. Sé que estoy sola en este camino, lo sé a ciencia cierta, pero, aún así, siempre hay una pequeña luz que me dice que cuando intente dar un paso, si tropiezo, una mano rápida me agarrará con fuerza y no me dejará desvanecerme en el abismo. Sólo espero no tropezar para no tener que comprobarlo.

2 comentarios: