viernes, 28 de junio de 2013

Agradecimientos

Hace mucho tiempo que no escribo nada en el blog, y son ya muchas veces las que he tenido que pedir esta disculpa, pero la vida sigue y hay momentos en que o no hay nada que escribir o no hay tiempo para hacerlo, pero no abandono este proyecto, lo único que sucede es que viene con cuentagotas.

Para los que no lo sepan, llevo desde enero trabajando en mi trabajo de fin de grado, lo último que me queda por hacer para graduarme. Hoy he escrito los agradecimientos y creo que debo ponerlos aquí, porque hay mucha gente a la que le estoy agradecida y que no va a leer mi trabajo. Aquí los tenéis.

La realización de este trabajo no supone únicamente una asignatura más de la carrera, sino la culminación de cuatro años de esfuerzo y el final de una etapa. A lo largo de estos años he aprendido mucho y vivido muchos momentos importantes, que me han ayudado a formarme profesional y personalmente. Por ello, quiero agradecer a varias personas las aportaciones que han hecho esta experiencia más bonita.
En primer lugar, al personal de la biblioteca María Moliner, tanto becarios como funcionarios, donde hice las prácticas y aprendí mucho de la profesión, por ser tan amables y ofrecerse a ayudarme en lo que necesitara para realizar la investigación de este trabajo, además de por lo llevadero que me hicieron el trabajar allí y los buenos momentos que compartimos.
En segundo lugar, a todos los profesores que se han esforzado realmente por conseguir que aprenda, pero no sólo en la universidad, sino en todas mis etapas como alumna. Un buen profesor siempre es una motivación para los alumnos, y te hace amar su asignatura aunque al principio creas que ni te interesa. Esos profesores merecen de verdad un homenaje, y no sólo en estos agradecimientos. 
En tercer lugar, a los amigos que he hecho en clase, por compartir tanto los momentos difíciles como los buenos, por sufrir juntos las dificultades del estudio y por disfrutar todos los momentos de risas y compañerismo, pero especialmente a mi buena amiga Vega, con la que congenié desde el primer día y que me ha apoyado en todo momento, incluso en los peores. A mis amigos de siempre, que también me han apoyado mucho y han creído en mí sin importar las decisiones que tomara. También a una persona muy especial que me ha apoyado y animado todos los días a seguir adelante, y que me ha ayudado a avanzar en aquellos momentos que se volvían cuesta arriba.  
Y, por último, a mi familia, que siempre ha confiado sin reservas en mi capacidad, incluso en momentos en los que yo misma dudaba. Gracias por darme la vida que me habéis dado, no cambiaría nada.

martes, 2 de abril de 2013

Fragmentos (IX)


Con una camisa de él, sólo unos botones abrochados, asomada al balcón, allí estaba una mañana de domingo, fumando un cigarrillo al calor de las primeras horas de sol. Apoyada en la fría baranda mientras él seguía dormido, el vello de su cuerpo se erizaba por el viento, que rozaba su piel fluyendo entre los barrotes de hierro fundido. Notaba como la expresión de su cara era triste, con los labios fruncidos, la frente arrugada en gesto afectado, pero mientras él no la viera se permitía esa licencia. Sabía de sobra que él no la quería, o, mejor dicho, sí la quería, pero no de la forma en la que ella le quería a él. Era obvio que sentía aprecio por ella, pero no se entregaba. También sabía que no podía seguir así, conocía esa espiral en la que cada vez perdía más el control y por la que caía sin freno, sin ningún asidero al que agarrarse, cada vez más rápido. Estaba muy a gusto en su compañía pero no había equilibrio entre ellos dos. 

En esos momentos recordaba perfectamente una conversación que habían tenido unas semanas atrás. Ella le preguntó que por qué no podían ser una pareja normal, y la respuesta la dejó helada:
-Mira, te lo voy a explicar con un ejemplo. Es como si a ti te dan un cachorrito muy mono, adorable, al que quieres acariciar y que te gusta mucho, pero al que no quieres llevarte a casa.
Ese gélido recuerdo estaba muy dentro de ella, en un rincón, bien protegido. Sabía que él no quería nada malo para ella, pero, aunque no lo hiciera con mala intención, a veces sus palabras pinchaban en hueso. 

La mañana, que había nacido soleada, empezaba a emborronarse. El cielo se convertía en una gran masa gris, indefinida. Mirando el brillo del sol a través de las nubes, se tocó el cuello, allí donde él la besaba en momentos de pasión. Entre las sábanas afloraba la gran química que había entre ellos, perdidos entre sudor y jadeos. Ese tiempo era como si no existieran las obligaciones, ni la vida cotidiana, ni las preocupaciones. Eran sólo ellos, sin mirar el reloj, enredados el uno en el otro. No tenían necesidad nada más que de sentirse. En ocasiones, ella gemía quedamente un "sí, mi amor"; era como una tregua, en la cama podía llamarle así, sin que él la mirase extrañado o se sintiese incómodo, pues se dejaba llevar, sin pensar, sin juzgar, sin etiquetar. Ella hacía el amor. Él follaba. Sí, había cariño, pero eran cosas distintas.

Ella lo sabía, todo ello lo conocía de sobra, pero eso no hacía que fuese más llevadero. A veces se preguntaba si era comprensiva con los deseos de él, o si simplemente era una cobarde por no imponerse y pedir lo que quería. Otras pensaba de manera directa que era tonta y se odiaba a sí misma. Otras, aceptaba la realidad en la que vivía, disfrutaba de cada momento y se dejaba de comeduras de cabeza. Había días en los que se maldecía por ser mujer y darle tantas vueltas a las cosas; estaba convencida de que él no pensaba tanto, y parecía feliz así. Quizá era una maldición del género femenino el estar siempre atormentada por los sentimientos, propios o ajenos.


Él dormía tranquilo en la cama. Se volvió para observarle. Tenía una expresión de calma en el rostro, casi de felicidad. Probablemente estaba soñando algo agradable. Mientras le veía así, sólo quería hacer algo por él. Cuidarle, mimarle, darle besos, darle caprichos.  Pensó en hacer café, sabía que pronto se despertaría y tener café recién hecho le agradaría. Además, le gustaba el sabor que dejaba en su boca. Miró de nuevo hacia la calle, donde cada vez había más nubes. Ya empezaban a verse transeúntes caminando con parsimonia en su día libre. Envidiaba sus rutinas: sacar al perro, ir a por el periódico, comprar churros para la familia. Mientras pensaba en todo ello, comenzó a chispear. Una gota cayó en su mejilla. La recogió con el dedo y se la llevó a los labios. Sabía a sal.


jueves, 14 de febrero de 2013

Libros

Casi siempre que voy en metro suelo llevar algo para leer, pero hoy se me ha olvidado. En ocasiones, mientras me dedico al placer de la lectura, mi mente decide fantasear sobre otras cosas, por frases o palabras que leo y me recuerdan alguna vivencia, conversación o cualquier otro suceso, real o ficticio. Para los demás viajeros, yo sigo enfrascada en la lectura, pero ya no estoy con ellos en el subterráneo. En cambio, hoy se me ha olvidado llevar algo para leer. He intentado fantasear para entretenerme durante el trayecto, pero no sabía donde mirar, y, si cerraba los ojos, tampoco funcionaba. Parece que los libros con su sola presencia, inspiran a mi mente. Me gusta pensar que tienen una esencia que me lleva a otros lugares, que el solo hecho de tener palabras delante de los ojos ya despierta mi imaginación. Los libros tienen un alma imperceptible, pero, cuando no están, se nota.


domingo, 20 de enero de 2013

Fragmentos (VIII)

En ciertas ocasiones, una misma sensación puede ser provocada tanto por algo agradable como por algo desagradable. Besos en el cuello, caricias en la espalda. Recuerdos cristalinos. Querer decir sí, pero decir no; querer decir no, pero decir sí; querer decir algo y no decir nada en absoluto. Un rayo helado atraviesa el pecho, eriza la piel, y deja un rastro agridulce de decepción ya anticipada. Escalofríos que se transforman en calor; escalofríos que te paralizan. Hielo en las entrañas que se esparce por todas las ramificaciones del sistema circulatorio, llegando apenas perceptible a la superficie. Ese frío que al principio duele, pero que acaba reconfortando. Todo el vello erizado, esperando más, ansiando el porvenir.



miércoles, 9 de enero de 2013

Sorpresas

Es impresionante la capacidad de las personas de sorprender. Cuando crees que conoces a alguien a fondo, resulta que cambia total y radicalmente su forma de actuar, de dirigirse a ti, de tratarte. Entonces te empiezas a cuestionar qué es lo real. En qué momento lo que viste fue real y lo que ves ahora es falso, o al revés. Toda la seguridad que antes tenías desaparece, y tu confianza también, pero no en esta o aquella persona, sino tu confianza sobre el mundo de las relaciones humanas. Y yo que creía que me gustaban las sorpresas.

Estamos tarados. Todos. Todas y cada una de las personas tenemos taras psicológicas, más grandes o más pequeñas, pero las tenemos. Eso no quiere decir que estemos locos, es algo natural, nadie se salva de este destino, y el que diga que no es que no se conoce a sí mismo. La locura llega en el momento de manejar esas taras. Si no sabemos controlarlas, ellas nos controlarán a nosotros. Una persona puede tener baja autoestima, es una tara, pero mientras no pase de ahí no hay problema. En cambio, una persona con mayores desórdenes mentales, convierte esa autoestima en un trastorno de la alimentación, o en agresividad hacia los demás o vaya usted a saber en qué. Eso sí es un problema.

Incluso aquello que creemos bonito, como el amor, puede convertir una tara en una locura aberrante. Cuando a través del amor alguien se asfixia, porque no sabe vivir sin él, porque el miedo a estar solo es superior a lo que puede manejar, hace muchas tonterías que califica de actos románticos, pero sólo son actos enfermizos. He visto el deterioro con mis propios ojos, he visto esa transformación dolorosa, y es atroz. Y el hecho de verlo, saber lo que pasa, y no poder hacer nada para ayudar a esa persona es muy frustrante.

Cada vez más, se va afianzando en mi ser la convicción de que dependemos única y exclusivamente de nosotros mismos. Cuanto antes aprendamos esta lección, menos nos dolerá. No quiero pasar por que mis defectos me dominen y se conviertan en mis fantasmas. No quiero ir buscando a alguien que complemente lo que me falta porque yo no supe controlarlo y necesito una muleta en la que apoyarme.

Siempre he amado las navidades, porque en mi familia siempre hemos sido felices, pero este año estaba ausente, como si las navidades estuviesen pasando a mi lado, pero al otro lado de la pared, lejos de mi alcance; yo las sentía, pero lejos. No he salido a comprar regalos, no he puesto villancicos, cuando me he reunido con la familia no se sentía igual. No he hecho propósitos de año nuevo. Total, ¿para qué? Si luego no los cumplo. Aunque sí me he dado cuenta de que tengo una resolución, que no tiene que ver con estas falsas ilusiones de cambiar el rumbo de tu vida por tres deseos que hagas tomándote las uvas. Quiero ser yo misma, sola, poderosa, capaz. No quiero depender de nadie para poder disfrutar de mi vida. Creo que estoy creciendo como persona. Voy a identificar mis taras y las voy a intentar corregir y controlar lo máximo posible. 

Igual estoy equivocada, pero creo que si cada persona se centrara más en mejorarse a sí mismo en lugar de criticar a los demás por sus fallos, todos viviríamos más felices. Siempre habrá víboras emocionales esperando a atacar cualquier punto débil, pero lo importante es que no los tengamos, o, si los tenemos, que estén bien ocultos y sean inalcanzables para los demás.

No siempre ayudo a todo el mundo. Soy una persona que prefiere concentrar sus energías en pocas personas pero ayudar bien, que intentar ayudar a mucha gente de manera que deje que desear. Pero ayudo, y estoy un poco cansada de que la mayoría de mis esfuerzos se vayan por la borda, ya que la gente suele no apreciar lo que se hace por ellos, como me han demostrado ya en múltiples ocasiones. Y cuanto más te vuelcas en alguien, menos lo aprecia. He decidido ayudarme a mí misma, he decidido ser mi prioridad, y, después, vendrá la ayuda a la gente que se lo merezca y lo valore. Pero me he hartado de tirar mis fuerzas en saco roto. Y que me digan egoísta si quieren, me da igual.

A partir de ahora camino por mi ruta, por la que yo elija en cada momento, no por la que me obliguen a seguir. No tengo que demostrarle nada a nadie, sólo a mí misma. Empiezo con la cabeza alta y la conciencia tranquila. Estos meses de dolor se han acabado.


Que cada uno se ocupe de su propia felicidad.