El caso es que ayer me
di cuenta de eso, de que paso tiempo en el suelo. ¿Por qué? Bueno, me levanto, y
como no dejo dormir a las gatas conmigo porque no me dejan descansar, cuando
salgo están deseando que les haga caso y las acaricie, así que me siento un
ratito en el suelo con ellas, para que se suban a mi regazo a amasarme, mientras
escucho un resumen de las noticias. También, con todo esto de la pandemia y el
confinamiento del año pasado, cuando no se podía salir a la calle, cogí la
costumbre de tomar un poco el sol en casa, cuando las nubes lo permiten, así que
sé a qué hora pasa el sol por mi cocina, de manera que puedo extender mi
esterilla de yoga y tumbarme a hacer la fotosíntesis un ratito. Además, aunque
esto lo empecé antes del confinamiento, me tiraba al suelo para hacer parte de
mi rutina de ejercicio. O si quiero estirar la espalda, o si quiero apoyar las
piernas en la pared para relajarlas un poco. Y así me encontraba, panza arriba,
con las piernas apoyadas en la pared, mirando Instagram mientras las gatas se me
subían por encima, cuando oí a mi madre muy vivamente en mi cabeza diciéndome
"pero ¿qué haces en el suelo?". Como es obvio, no la oí, me lo imaginé, pero sé
que es justo eso lo que me habría dicho si me hubiera visto. Y como ahora vivo
sola y nadie me dice nada, pues me da igual lo que dirían si me vieran y paso más tiempo ahí.
Un día leí, no recuerdo ni
cuándo ni a quién, que a veces, cuando te estancas, tienes que cambiar la
perspectiva. Y es cierto que las cosas se ven de otra manera. La ventana por
donde entra el sol, los muebles de la cocina acechando desde el techo, la
gigantesca nevera. Pero también puede una estar cómoda en lo desconocido. Cada
vez más.