lunes, 19 de mayo de 2014

Fragmentos (X)

Clima continental, frío de una mañana de primavera que todavía duda entre el invierno y el verano. De camino allá donde haya que ir, pensando ya en la hora de salida de aquellas obligaciones y el momento de tener tiempo para uno mismo. Viajes en transporte público, donde nadie cruza miradas, donde una palabra dirigida al que va solo resuena con un eco extraño. Hay muchos ojos enrojecidos, no se sabe si por el sueño o por las ganas de llorar. Quizá uno por lo primero, otro por lo segundo, y un tercero por una conjuntivitis. Demasiados ojos rojos, pero ninguno me dirige una mirada.

A la salida del metro, sentada en las escaleras, hay una señora pidiendo dinero. Está envuelta en una túnica estampada de un color marrón muy sucio. Apenas sí se le ven los ojos, pero no importa porque nadie los mira. Es muy gorda, y envuelta en esa mortaja marrón parece una gran mierda. Puede que sea así como se siente al pedir dinero y se haya mimetizado con sus sentimientos. Quizá sea sólo una casualidad. Pero da lo mismo, porque absolutamente nadie le dirige una mirada o una palabra.

Sólo yo la miro y no puedo ver nada en ella, sus ojos no expresan ni un ápice de sus sentimientos, ni siquiera miran a los cientos de personas que se cruzan a escasos centímetros de ella, y de los que espera se apiaden de ella y le den algunos de los céntimos que tanto les cuesta ganar, arrastrándose como muertos vivientes todos los días hasta su lugar de trabajo. Ni siquiera tiene un cartel donde explique por qué está pidiendo una limosna.

Puede que tenga algún tipo de problema que le impida trabajar, puede que tenga siete hijos a los que alimentar, o un padre inválido, o sea una viuda, o una maltratada, o esté en paro, o sea una señora que no tiene ganas de hacer nada y se sienta allí esperando a que los demás la mantengan. No se sabe, cada viandante tiene total libertad para imaginarse la historía que quiera sobre la buena (o no) mujer. Y si esa historia le conmueve, puede ayudarla, o no.

Quizá no sea el primer pedigüeño que se encuentra y decida sólo apiadarse del primero. Porque la piedad tiene un límite, que suele coincidir con las ganas que tenga uno de echar la mano a la cartera. O, por lo menos, eso es lo que parece en las grandes ciudades. Puede que estemos ya insensibilizados, o puede que tengamos los ojos demasiado rojos como para percatarnos de las penurias de los demás.

domingo, 18 de mayo de 2014

La vida. Tan poco pasa y tantas cosas a la vez. Apenas escribo, parece que no hago nada (o que no tengo nada sobre qué escribir) pero a la vez me siento en un momento crucial. La gente que me quiere dar consejo me dice que no tienes nada resuelto hasta que todo pasa de golpe y te encuentras con la vida delante, esperándote. Estoy esperando ese momento, pero quizá está pasándome ahora mismo y puede que no me dé cuenta hasta dentro de un tiempo. Quién sabe.

Lo único que sé es que estoy redescubriendo el amor. Siempre he sido una persona romántica y soñadora, idealizando el amor, sufriéndolo mientras leía romances en libros o los veía en películas, donde, por norma general, se resolvía bien y los protagonistas vivían felices y comían perdices. Pero en ningún lado dicen cómo amar. Hablan de gestos románticos, de absurdos ideales del amor que no expresan la realidad.

Puedes llegar a darte cuenta de que una pareja no te ama a ti, sino que ama el hecho de no encontrarse solo. Que hace por ti esos gestos románticos de libros y películas, que parece un príncipe azul a ratos, pero que se olvida de que la vida junto a otra persona necesita más que eso. Que está contigo porque te cruzaste con él en un momento de su vida en que cuadró, pero que si llega a ser otra lo mismo daría, porque tendría el mismo amor falso para cualquiera. Si dice "te quiero" a la primera de cambio sospecha. Eso ya lo aprendí yo, a las malas pero lo aprendí y ya no se me olvida. Tonta y soñadora de mí, ahora un poquito menos tonta y un poquito más realista.

Eso me pasó a mí, pero no sabía lo que falló hasta que llegó otro amor. No otro amor cualquiera. Un amor real. Llegó lentamente, a paso de tortuga, despacio pero constante. La primera impresión fue increíble, y el primer paso muy rápido, algo loco, intenso, irreal y agridulce. Después de eso hubo una pausa, que parecía interminable, agonizante, casi como una tortura. Pero durante esa pausa, que no era tal en realidad, todo estaba en marcha aunque no lo pareciera. Resulta que no tiene que ser un flechazo; poco a poco se puede llegar a conocer a una persona y darte a conocer. No es necesario recorrer todo el camino de golpe; el amor no es un sprint, es una maratón. Y resulta que es mucho mejor así. Ya vendrán los te quieros cuando tengan que venir, y los gestos románticos no tienen que ser un pasar la noche bajo su ventana, vale con un "estoy deseando que llegue la noche para poder dormir abrazado a ti". No se trata de palabras, ni gestos especiales. No hay un manual de lo que decir o hacer para ser el perfecto amante. Se trata de algo mucho más sencillo y claro; se trata de sentir de verdad, de hacer y decir las cosas desde el corazón, como se sienten, y no adornándolas. Así cobran sentido de verdad. No me digas lo que quiero oír, dime lo que sientes y si es lo que cuadra conmigo entonces bien; si no lo es, quizá no seamos el uno para el otro, pero está bien, porque es mejor saberlo ya que alargar la agonía. Parece mentira que haya que decir estas cosas, pero todavía hay gente que no sabe que el amor se basa en la confianza y en la sinceridad.

Lo mejor de todo es que esto lo he descubierto con una persona que desde que la conozco dice no creer en el amor. Creo que ahora ha cambiado de parecer, pero no me hagáis mucho caso, que es tarde.