Me acuesto en la cama, me acomodo de lado entre las sábanas e intento frenar mi monólogo interior. Está todo el día funcionando, de fondo, pero de noche se escucha más. Me concentro en mi respiración, me centro en sentirla en las fosas nasales. Tras tres inspiraciones y dos espiraciones, ahí vuelve de nuevo. No se cansa, no se rinde. Me giro hacia el otro lado y trato de recordar la sensación que tenía cuando dormía en mi habitación de casa de mis padres; me calmo. Tal como estoy, entonces estaría enfrentada a la pared llena de gotelé, con una balda encima, hasta arriba de libros, que se vencía amenazante hacia abajo, aunque nunca llegó a caer. Mi cama ahora es más grande, no tengo paredes a los lados y duermo en el centro, así que tengo mucho más espacio para moverme. Uno podría pensar que en un metro y medio es difícil perderse, pero a veces pasa. En ocasiones me despierto desorientada, aunque haga ocho años que duermo en esta cama. Si sueño con una casa, siempre suele ser la de mis padres, nunca la mía. Sólo recuerdo un sueño aquí, una pesadilla, más bien, en la que alguien desconocido estaba en la entrada de mi apartamento y yo no podía más que chillar que cómo había entrado. Me pregunto si eso cambiará con el tiempo. ¿Es posible que algún día mi lugar seguro cambie en mi mente? Mi piso me gusta, me siento a salvo aquí, pero parece que mi subconsciente no lo acaba de asumir. ¿Es una cuestión de años? Cuando lleve aquí más años de los que pasé allí, ¿mi mente lo aceptará? ¿O el único lugar seguro para mí siempre va a ser el nido en el que crecí, los brazos entre los que crecí? Hoy no cuento nada, sólo cuento con muchas preguntas. Y la incertidumbre.
miércoles, 15 de junio de 2022
martes, 9 de febrero de 2021
Cambio de perspectiva
Llevo viviendo sola algo más de un año. Ayer me di cuenta de que ahora paso
mucho tiempo en el suelo. No es muy habitual sentarse o tumbarse en el suelo, lo
más común es sentarse en una silla, un sofá, un sillón. Tumbarse en la cama.
Para eso están ¿no? Recuerdo que, cuando mi hermano y yo éramos pequeños, al
hacer esas cosas de crios como era jugar con los muñecos sentados en el suelo, a
veces aprovechábamos y nos tumbábamos. Mi padre nos decía "si estáis en el suelo
os pueden pisar". Yo lo imaginaba como una regla de la selva, como una
advertencia, como si al tumbarnos en el suelo pudiese aparecer cualquiera y
tuviera carta blanca para pisarnos a su gusto, sin que pudiera haber
represalias, porque éramos nosotros quienes estábamos incumpliendo el protocolo,
el acuerdo no escrito de que si estás en el suelo te arriesgas a morir
pisoteado. Algún pisotón nos llevamos, en broma, claro.
El caso es que ayer me
di cuenta de eso, de que paso tiempo en el suelo. ¿Por qué? Bueno, me levanto, y
como no dejo dormir a las gatas conmigo porque no me dejan descansar, cuando
salgo están deseando que les haga caso y las acaricie, así que me siento un
ratito en el suelo con ellas, para que se suban a mi regazo a amasarme, mientras
escucho un resumen de las noticias. También, con todo esto de la pandemia y el
confinamiento del año pasado, cuando no se podía salir a la calle, cogí la
costumbre de tomar un poco el sol en casa, cuando las nubes lo permiten, así que
sé a qué hora pasa el sol por mi cocina, de manera que puedo extender mi
esterilla de yoga y tumbarme a hacer la fotosíntesis un ratito. Además, aunque
esto lo empecé antes del confinamiento, me tiraba al suelo para hacer parte de
mi rutina de ejercicio. O si quiero estirar la espalda, o si quiero apoyar las
piernas en la pared para relajarlas un poco. Y así me encontraba, panza arriba,
con las piernas apoyadas en la pared, mirando Instagram mientras las gatas se me
subían por encima, cuando oí a mi madre muy vivamente en mi cabeza diciéndome
"pero ¿qué haces en el suelo?". Como es obvio, no la oí, me lo imaginé, pero sé
que es justo eso lo que me habría dicho si me hubiera visto. Y como ahora vivo
sola y nadie me dice nada, pues me da igual lo que dirían si me vieran y paso más tiempo ahí.
Un día leí, no recuerdo ni
cuándo ni a quién, que a veces, cuando te estancas, tienes que cambiar la
perspectiva. Y es cierto que las cosas se ven de otra manera. La ventana por
donde entra el sol, los muebles de la cocina acechando desde el techo, la
gigantesca nevera. Pero también puede una estar cómoda en lo desconocido. Cada
vez más.
martes, 18 de febrero de 2020
El sol sale
La niebla se acaba yendo y el sol sale. Sabemos que la niebla volverá a llegar en algún momento, pero el sol siempre acaba saliendo, y hay más días de sol que de niebla.
miércoles, 12 de febrero de 2020
Niebla
Todos los días paso por la estación de Chamartín y suelo levantar la cabeza del libro para admirar las Cuatro Torres. Estos días de niebla no estoy pudiendo verlas y me genera una ligera sensación de ansiedad. Sé que están ahí, pero no puedo verlas, ni siquiera la parte baja. Unos mamotretos impresionantes, sobrecogedoras construcciones, verticales, infinitos y aplastantes armazones cubiertos de cristales relucientes y brillos etéreos, ocultos por minúsculas gotas de agua, suspendidas en el aire como por arte de magia, compresoras de la comprensión, asfixiantes, opresivas a la vez que inconsistentes. Déjame respirar.
Pero un día la niebla se irá, y, con ella, la angustia.
sábado, 8 de febrero de 2020
Hazlo
Llevo dos meses viviendo sola. Esta experiencia es nueva para mí. Al principio pensaba que me iba a costar muchísimo, que iba a sentir un miedo constante, que todo iba a cambiar. Pero resulta que sigo en la casa en la que llevo viviendo casi seis años, cómoda, con mis gatitas haciéndome compañía y recibiéndome en tropel en cuanto entro por la puerta y nada ha cambiado. Tenía mucho miedo de tomar la decisión que tomé, pero aun así, la tomé. Y estos meses he vivido otros miedos, a niveles más superficiales y más profundos. He sentido ansiedad, angustia, desesperación, por diferentes situaciones, por diferentes personas. Pero pasa un día, te vas a dormir, y tienes el siguiente delante de ti, esperando que lo afrontes como un lienzo en blanco.
Vale, sí, hay una ausencia, una compañía de otro tipo que ya no está. Hay cosas que echo de menos, como tener a alguien a quien abrazar en el momento en que lo necesitase. Pero resulta que, aun en los momentos en los que siento que necesito un abrazo, aunque no me lo de nadie, tampoco me muero. Y la vida sigue, el momento pasa, y no pasa nada. Y todo eso que echo de menos lo iré superando poco a poco, porque estoy buscando la manera de proveerme lo que necesito por mi cuenta. Esta soledad me ha hecho pensar mucho más, comunicarme mucho más conmigo misma, porque ahora analizo esos momentos en los que recurría a otra persona para desahogarme, consolarme o simplemente no sentirme sola. Ahora, en esos momentos se produce un conflicto en mí, un conflicto entre el hábito de refugiarme en alguien y mi nueva realidad, que me empuja a analizar, a profundizar en esas costumbres y necesidades que me creé alrededor de otro. Me doy cuenta de que tomé por necesidades lo que son deseos, comportamientos agradables, que me daban una recompensa emocional, pero que no son una necesidad de vida o muerte.
Estoy trabajando en mí, tratando de diferenciar lo que quiero y lo que necesito, lo que me gustaría encontrar en mí y en los demás, lo que estoy dispuesta a dar y lo que quiero recibir. En mi vida. No mezclar deseos y desesperaciones, no confundir palabras bienintencionadas con ataques, ni que me las confundan, no buscar en los demás lo que me falta a mí, ser más amable, conmigo y con los demás, no juzgar ni que me juzguen a la ligera, dar a la gente el beneficio de la duda. Qué fácil es encontrar una falsa intimidad, qué difícil que alguien se abra de verdad. Pero la primera que se tiene que abrir soy yo, conmigo misma. Cuántas veces me he machacado, me he hundido con palabras que no le dirigiría ni a mi peor enemigo. Tengo que abrirme y sacar eso, tener más compasión por mí y por los demás. Mirarme a un espejo y mirarme como miro a una amiga. Mi compañía es la que voy a tener siempre, la quiera o no. Y es la que más vale.
No sé lo que vendrá, pero sí sé que, aunque yo no sea ni vaya a ser perfecta nunca, estoy aprendiendo de mí, y estoy buscando mejorar y valorarme más. Estoy mirando dentro y viendo lo que quiero cambiar, para poder ser consciente de mis errores y cambiarlos, pero también lo que ya me gusta y quiero conservar. Me gusta mi forma de ser, me gusta sentir todo, me gusta abrirme a la gente, me gusta haber conseguido ser positiva y, aunque tenga mis momentos de bajona, esperar las cosas buenas que SÉ que están por venir. Sea lo que sea, venga cuando venga. Aquí estoy, esperando a la vida, caminando mi camino.
Ay, amiga, siempre a la busca del sueño, la vida perfecta. Pero eso no existe. Nadie es perfecto. Siempre hay problemas, más o menos graves. Y no pasa nada, porque la vida es así, y si fuera perfecta nos acabaríamos aburriendo, no tendría ningún interés. Tenemos que seguir adelante, saltar por encima de esos obstáculos que nos pone la vida en el camino, y, cuando llegamos a una colina verde, fresca, llena de flores y árboles, parar un rato y disfrutar de esa carrera con una pausa, una respiración profunda, para coger fuerzas y continuar por el sendero que tenga que venir, que trae oscuridad pero también mucha luz.
sábado, 7 de diciembre de 2019
Ave fénix
Hace más de tres años que no escribo en este blog. Tiene sentido para mí, son tres años de vivencias personales que me han tenido atrapada en una especie de no vivencia. No quiero decir que no haya vivido nada en este tiempo, es más bien que no he vivido demasiado. Mi vida ha ido avanzando, pero a la vez se ha quedado en una especie de stand by, como una burbuja congelada con poco aire dentro, como un arroyuelo que avanza muy despacio por su escaso caudal.
He tomado una decisión difícil y dolorosa, pero creo que necesaria. En este tiempo me he quemado, me he ido difuminando, asfixiando y convirtiendo en ceniza poco a poco. No es culpa de nadie, tampoco mía. Solo es.
He estado releyendo mi pobre y abandonado blog, y he descubierto esta entrada de hace siete años que es absolutamente vigente para mí en este momento: Reflexiones (III). Se la he enviado a mi mejor amiga y me ha dicho "Ana, ¿escribiste esto para nosotras? No hemos aprendido una mierda. Un mensaje para ti y para patito de dentro de siete años", y nos hemos estado riendo un rato. En ese sentido, somos iguales a entonces. Aun así, sabemos que hemos madurado, hay otras cosas que nos lo demuestran. Ahora afrontamos los problemas de otra manera, más de frente, ya no nos escondemos.
Esta decisión que tomé hace unos días no la habría podido tomar hace unos años, por aquel entonces. Y lo he hecho, y me siento más fuerte, porque es una decisión difícil, pero sé que la tomo porque, aunque ahora duela, es algo que va a reportar un bien mayor con el tiempo a dos personas. Y me siento orgullosa de mí misma, de tener unos valores fuertes y seguirlos, tratando de hacer el menor daño posible. Y me siento empoderada, por decir las cosas como las siento, sin andar con juegos de niños. Y me siento valiente, por no esconder lo que siento, por exponerme, pero sabiendo que no hay nadie que me pueda hacer más daño que yo misma. Y he decidido no hacerme más daño, y vivir más.
Mi padre siempre ha llamado a mi hermano campeón como apelativo cariñoso. A mí, princesita. Sé que no tenía mala intención, sé que eran apelativos cariñosos y aprecio su amor al decírnoslos, pero ya no puedo evitar ver el sesgo de género que va en ellos. Y ahora yo soy mi propia campeona, y me voy a levantar aunque haya caído, porque sé que soy fuerte, y porque por fin estoy empezando a darme el valor que merezco. Porque llevo años tirando de carros y carretas, propios y ajenos, y no me he concedido ni eso. Y he aprendido que no hay que dar las gracias solo a los demás, que también tenemos que cuidarnos y agradecernos a nosotras mismas. Así que a mí misma me digo: gracias, Ana, por pensar en ti, por ponerte en valor y por cuidarte.
Voy a volver a nacer y me voy a levantar, como el ave fénix de sus cenizas, y voy a volver a vivir, porque llevo mucho tiempo en pausa y ha llegado la hora de volver.
He tomado una decisión difícil y dolorosa, pero creo que necesaria. En este tiempo me he quemado, me he ido difuminando, asfixiando y convirtiendo en ceniza poco a poco. No es culpa de nadie, tampoco mía. Solo es.
He estado releyendo mi pobre y abandonado blog, y he descubierto esta entrada de hace siete años que es absolutamente vigente para mí en este momento: Reflexiones (III). Se la he enviado a mi mejor amiga y me ha dicho "Ana, ¿escribiste esto para nosotras? No hemos aprendido una mierda. Un mensaje para ti y para patito de dentro de siete años", y nos hemos estado riendo un rato. En ese sentido, somos iguales a entonces. Aun así, sabemos que hemos madurado, hay otras cosas que nos lo demuestran. Ahora afrontamos los problemas de otra manera, más de frente, ya no nos escondemos.
Mi padre siempre ha llamado a mi hermano campeón como apelativo cariñoso. A mí, princesita. Sé que no tenía mala intención, sé que eran apelativos cariñosos y aprecio su amor al decírnoslos, pero ya no puedo evitar ver el sesgo de género que va en ellos. Y ahora yo soy mi propia campeona, y me voy a levantar aunque haya caído, porque sé que soy fuerte, y porque por fin estoy empezando a darme el valor que merezco. Porque llevo años tirando de carros y carretas, propios y ajenos, y no me he concedido ni eso. Y he aprendido que no hay que dar las gracias solo a los demás, que también tenemos que cuidarnos y agradecernos a nosotras mismas. Así que a mí misma me digo: gracias, Ana, por pensar en ti, por ponerte en valor y por cuidarte.
"Sometimes you fall before you rise
Sometimes you lose it all to find
You've gotta keep fighting
And get back up again
My champion
Oh, my champion"
Voy a volver a nacer y me voy a levantar, como el ave fénix de sus cenizas, y voy a volver a vivir, porque llevo mucho tiempo en pausa y ha llegado la hora de volver.
viernes, 28 de octubre de 2016
Carta a mi primer amor
Hace un par de años me apunté a una especie de cadena de
favores y fuiste una de las personas que quería recibir un favor. Las
condiciones eran que no sabías cuándo ni cómo, yo tenía que hacer algo por ti,
una sorpresa de algún modo (un detallito, una visita, una carta…). Dado que
estás a miles de kilómetros de aquí, esta carta es mi regalo para ti.
Han pasado muchos años desde la última vez que te vi, y he pasado
por muchas experiencias en la vida desde entonces, pero quería darte las gracias,
porque creo que gracias a que la relación que tuvimos fue sana, no he tenido
problemas para relacionarme con otras personas que vinieron después de ti.
Esto puede parecer una tontería, pero, desde que estoy
metida en el movimiento feminista, me estoy dando cuenta de todo lo que
condiciona nuestras vidas y nuestras relaciones. Está claro que una relación adolescente
tiene muchos fallos y que según vamos creciendo vemos las cosas con más claridad,
pero, dentro de lo que cabe, nuestra relación fue buena. Aún con los impedimentos
que tuvimos que sufrir, conseguimos llevar una relación de un año y pico (si me
hubieras preguntado por aquel entonces sabría decirte hasta los días, pero 14
años después no me acuerdo de tanto) de una manera respetuosa y con cariño.
Junto a ti, viví hitos muy importantes en la vida amorosa de una persona (el primer
amor, el primer beso, la primera vez…), y, después de todo este tiempo, si me
dijeran que describiera esos momentos con una palabra diría “dulce”, porque las
cartas, las llamadas, el tiempo que pasamos juntos… todo lo que vivimos lo
recuerdo así. Está claro que el tiempo suaviza los recuerdos, pero sé que no
tuvimos grandes discusiones, sé que no hubo comportamientos tóxicos, y sé que
todo lo que hicimos fue consensuado y sin que nadie forzara a nadie a nada.
Incluso la ruptura fue pacífica, porque sabíamos que no podíamos soportar más
esa situación, esos kilómetros.
Después de ti, han pasado otros hombres por mi vida, pero de
las otras relaciones aprendí más cosas que no quería para mí de las que sí
quería. Restaron. Con la relación que tuvimos aprendí cosas que sí quería en mi
vida. Sumaste. Ahora tengo la suerte de estar en una relación que suma, y todas
las experiencias que viví me han hecho ser una persona que también suma para la
otra parte (o eso creo). Supongo que todas las personas pasan por relaciones
que suman y que restan, pero yo tuve la suerte de que mi primera relación fuese
positiva. Una primera relación configura mucho la vida amorosa de una persona,
y en eso es en lo que tengo que darte las gracias. Porque me trataste bien. Sí,
aunque suene a tontería de nuevo, aunque parezca de sentido común que tenemos
que tratar bien a los otros seres vivos que nos rodean, no todo el mundo hace
eso. En otras relaciones me he sentido minusvalorada, engañada, frustrada…
Cuando se suponía que para mis parejas en ese momento yo era una de las
personas más importantes de su vida y, por lo tanto, era de esperar, era de
sentido común, que me trataran bien y no siempre fue así. Tampoco estoy
diciendo que todo sea blanco o negro, bueno o malo. Está claro que si estuve
con esas personas era porque me aportaban algo en ese momento, pero el conjunto
fue negativo. Y nuestra relación, en cambio, fue buena.
Aunque sé que estás lejísimos y que apenas hemos hablado en estos 14 años desde que nuestra relación se acabó, sé que eres una persona con la que puedo hablar sin problema si nos apetece, y sé que si un día nuestros caminos se cruzan en ese raro trayecto Bilbao-China-Madrid, podremos sentarnos juntos a tomar un café, ponernos al día y contarnos nuestras aventuras.
Además, mis padres me enseñaron que es de bien nacidos ser agradecidos. Así pues...
Muchas gracias, Íñigo.
Con cariño,
Ana
P.d.: Aún tengo guardadas todas tus cartas, atadas con un lazo rojo, como buena romántica que soy, ja, ja, ja.
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